Nuestra crisis migratoria no tiene precedentes en la historia moderna del país. Tampoco existe un flujo humano en la región que sea comparable. Y finalmente, no hay diáspora en la actualidad que se asemeje a la venezolana, que no haya sido motivada por un conflicto bélico. Durante los últimos 15 años, la migración ha sido un tema central en las conversaciones cotidianas de la población, por ello miramos con preocupación que, hoy en día, la cifra de quienes hayamos cruzado nuestras fronteras nacionales hacia otro país sea de más de 7 millones y medio de venezolanas y venezolanos1.
Sin embargo, en el seno los fenómenos diasporicos se gestan unas problemáticas que no siempre son visibilizadas desde los estudios migratorios y que tiene que ver con las experiencias de vida de aquellos sujetos que no se movilizan y que permanecen inmóviles. Afirmar que el 25% de la población total de un país habita fuera de los límites de su territorio, es también afirmar que aquellas personas que permanecen experimentan unas transformaciones materiales y emocionales, producto de presenciar la movilidad de familiares, conocidos, amistades, comunidades y afectos a su alrededor.
La movilidad e inmovilidad son dos caracas de una misma moneda. Por tanto, la diáspora venezolana, es también, una llamada de atención a atender la transformación de la sociedad desde un punto de vista demográfico, social y cultural. Según la ENCOVI del año 2021 el 90% de la migración venezolana está comprendida por edades entre los 15 y 49 años, estimación que deja entrever un envejecimiento considerable de la población que permanece y que naturalmente demanda unas necesidades asistenciales y de cuidados debido al incremento de la relación de dependencia demográfica intergeneracional.
Este paisaje social nos lleva a interesarnos por la migración venezolana desde el punto de vista de quienes (in)voluntariamente se han quedado en el país, específicamente desde las experiencias de vida que las personas mayores viven. Este enfoque epistemológico exige aproximaciones teóricas y metodológicas novedosas, de donde nace la categoría analítica de “migración inmóvil” con el propósito de responder las siguientes preguntas: ¿Qué pasa con la vida de aquellas personas que permanecen en su lugar de origen cuando un gran número de personas se mueve a su alrededor? ¿Cómo se transforman las vidas de las y los venezolanos que permanecen en el territorio y ven al 25% del país marcharse? ¿Qué retos enfrentan? ¿Qué estrategias hacen servir las familias para dar continuidad a sus vínculos? Y más concretamente, si la responsabilidad de cuidar ha recaído históricamente en la institución familiar ¿Quién cuida de las personas mayores cuando parte de la familia migra? ¿Cómo nos logramos reorganizar social y transnacionalmente para sostener la vida de nuestros seres queridos?2.
Migrar en la inmovilidad
Cuando una persona se va de su país, se asume que experimentará grandes cambios en su vida marcados por procesos de desterritorialización y desarraigo. Pero permanecer (voluntaria o involuntariamente), en el contexto venezolano, también supone afrontar una serie de retos similares. Por lo tanto, la categoría “migración inmóvil” nace como herramienta para dar voz a aquellas vidas de quienes se quedan en Venezuela y que, a pesar de no haber cruzado ninguna frontera, son personas que de igual manera atraviesan grandes transformaciones en tiempo y espacio, como la desterritorialización y el desarraigo, y que también pueden ser consideradas migrantes aún en la inmovilidad.
Así pues, definimos la migración inmóvil como el contexto en el cual se encuentra inmersa la población que permanece inmóvil en sus lugares de origen que se ven afectadas por dos factores esenciales e interrelacionados: la diáspora y los tiempos de crisis.
Por diáspora hago referencia a que los sujetos inmóviles deben afrontar una serie de retos como parte de las responsabilidades asumidas en los proyectos migratorios, desde la inmovilidad. Debemos entender también en un plano más general, que, en un contexto migratorio masivo, quien permanece debe hacer frente a las ausencias materiales e inmateriales de aquellos entornos afectivos con quienes entablan ahora una distancia física y que por lo tanto sufren una transformación en las construcciones sociales de sus realidades. Una familia que ahora es transnacional debe reajustar: la distribución de responsabilidades en sus rutinas, sus participaciones económicas en los presupuestos, sus mecanismos de comunicación para garantizar la continuidad de sus lazos y debe hacer frente a un duelo migratorio. Sin embargo, la ausencia de quienes se han ido no solo es percibida por los miembros de las familias transnacionales; también la sufren otras personas en la migración inmóvil que a pesar de tener a sus familiares cerca, han visto marchar a sus amistades y seres queridos. Es un duelo generalizado que se materializa en la construcción de una narrativa colectiva que toma en cuenta las consecuencias de las ausencias como significativas, configurando así una comunidad moral que reclama la injusticia de verse despojados de sus entornos afectivos. En este sentido, la migración inmóvil debe ser entendida como una experiencia colectiva, donde, así como existe un discurso que habla, entre otras cosas, de la nostalgia del terruño entre los connacionales en la diáspora, quienes permanecen en el lugar de origen, también desarrollan una narrativa (heterogénea, por supuesto) sobre la pérdida de sus entornos afectivos.
Por otro lado, es necesario tomar en cuenta la cronificación de la crisis compleja y multifactorial. Quien huye, busca dejar de estar sometido a sus calamidades. Pero quien se queda, convive diariamente con la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad alimentaria severa de los sectores más vulnerables de la población, la violencia y el autoritarismo, las carencias o cortes de servicios básicos y la crítica debilidad de la asistencia sanitaria. Este paisaje que atenta contra la vida de la población supone unas contingencias que son cambiantes, que se renuevan, y de cuya omnipresencia surge la cada vez menor capacidad de las personas de sobreponerse, e inclusive de adaptarse a los distintos retos que la crisis influye en cada sujeto, transformando sus realidades. En otras palabras, los cambios provocados por las contingencias ocurren a una velocidad más acelerada que las capacidades que tienen los sujetos inmóviles para comprenderlas, asimilarlas, adaptarse y sobreponerse a ellas, escenario que provoca que los migrantes inmóviles reconozcan la ruptura de su normalidad, tomando conciencia de la incertidumbre del presente que en ocasiones puede interpretarse como una temporalidad “extraña” o “no familiar”.
Esta extrañeza afecta también a las apreciaciones que los migrantes inmóviles hacen del entorno físico que habitan. Con la pérdida de las redes sociales con quienes habitaban y daban sentido a sus espacios frecuentados (en pueblos y ciudades), el espacio socialmente construido sufre una ruptura. Además, es perceptible que durante los últimos años ha habido una tendencia de evitar el espacio público y recluirse en los hogares. Los motivos que dan lugar a este fenómeno son variados, destacando entre otras razones: la falta de recursos económicos y el resultado residual de la inversión que supone el trabajo reproductivo en los hogares frente a un acceso limitado servicios básicos y complicaciones de las labores de aprovisionamiento que excluye la posibilidad de tener tiempo libre o de socialización. Esto deviene en un proceso sistemático de desposesión del derecho a la ciudad, que señala un proceso de desterritorialización, o de unas territorializades precarias vividas por los migrantes inmóviles.
Envejecer en la migración inmóvil y nuevas estrategias de hacer circular el cuidado
La experiencia de la inmovilidad en Venezuela ha sufrido transformaciones a lo largo del tiempo, como también es necesario puntualizar que la migración inmóvil es vivida de maneras muy heterogéneas, especialmente, porque las contingencias que amenazan la vida en tiempos de crisis no generan el mismo impacto sobre las personas. Depende por ejemplo, en qué región del país se vive y qué acceso se tiene a servicios básicos; del capital económico para afrontar las consecuencias de un Estado que ha decidido renunciar a sus responsabilidades constitucionales; del capital social para obtener ayuda al convocar un GoFundMe; del capital simbólico para encontrar “contactos” según cual necesidad; de la edad y estado de salud física de los cuerpos para afrontar las labores productivas y reproductivas que se deben subsanar cotidianamente; del género, como aspecto social diferencial sobre el cual se distribuyen distintas responsabilidades y expectativas.
La posibilidad de que ahora una cantidad importante de venezolanas y venezolanos encuentre en el “emprendimiento” un medio productivo de vida, pasa por los cambios en las actitudes de la migración venezolana. Esencialmente, existe una intención de depender cada vez menos del Estado, como también de poder beneficiarse de la circulación de dólares que ha tenido un incremento en los últimos años, especialmente en las principales ciudades del país y más concretamente en Caracas3. Sin embargo, esta cuestionable mejora económica es una realidad que queda lejana para el grueso de las personas mayores y sus esfuerzos de “emprender” se proyectan cuesta arriba por varias razones. Debido a sus experiencias profesionales pasadas, son personas con una historia laboral habituada a un trabajo asalariado dentro de un contexto formal, que ahora las sitúa frente a unas nuevas actividades productivas enmarcadas en una economía sumergida, sin garantías ni respaldos, donde la precariedad aumenta y el trabajador queda desprotegido en unas condiciones suficientemente vulnerables. Evidentemente es una situación que no todos los migrantes inmóviles asumen de la misma manera, los jóvenes quien apenas ha iniciado su vida laboral se adaptan a las condiciones más fácilmente. Sin embargo, las personas mayores deben desplazar un sistema de trabajo previo y reorientar sus: actitudes (frente a su nuevo rol productivo); aptitudes (capacidades para desempeñar otros oficios y mecanismos para mercadear sus nuevas iniciativas); exigencias (que propone el mercado); y, finalmente, la necesidad de ser flexible y tener una disponibilidad constante para enfrentar múltiples responsabilidades por el hecho de ser “tu propia jefe/a” y sobrellevar la carga de trabajo individualmente.
En la actualidad, las personas mayores se han configurado como una comunidad moral y como un nuevo sujeto político en Venezuela, debido a una sensación de injusticia producida por la contradicción en torno a las expectativas que se tenían de poder vivir de aquellas cotizaciones pagadas a la Seguridad Social durante sus años productivos, frente a unas prestaciones que en la actualidad están derruidas4. Circunstancias que los someten a la pobreza extrema. El Instituto Venezolano de Seguridad Social hace un pago de 130bolívares mensuales5 a las personas pensionadas. Este aspecto económico es el principal factor que estructuralmente desposee a las personas mayores casi por completo de la posibilidad de una vida digna, de ejercer su autonomía y, por ende, a una circunstancia de dependencia no deseada, que atraviesa sus vidas, sus relaciones y su cotidianidad.
Depender económicamente de los afectos dentro y fuera del país, establece una relación desigual, pero además supone una logística compleja debido al control de cambio. El reciente fenómeno de dolarización transaccional en el país hace que exista, en paralelo, un proceso inflacionario en el sistema económico en divisas dentro del territorio venezolano.
Esta dependencia económica, demanda en los proyectos migratorios familiares una exigencia de envío de remesas que no siempre es posible. Es apremiante reconocer que la movilidad en Venezuela es una novedad histórica y no ha sido hasta los últimos 10 años que se ha constituido como una herramienta de subsistencia, marcada por la huida de una emergencia humanitaria compleja donde se asumen unos proyectos con pocos recursos y poca planificación, lo cual supone una marcada dispersión geográfica de los círculos afectivos que dificulta su posterior re-organización, especialmente porque es una sociedad en crisis donde hay una hiperpresencia de la movilidad humana que obliga a reactualizar constantemente las estrategias de cuidados. Y aunque las personas mayores tengan distintos familiares en el exterior que les envíen remesas, esto no quiere decir que sean sumatorias suficientes para garantizar los gastos mínimos de subsistencia.
Más allá de lo económico, las nuevas espacialidades en que se construyen los campos sociales transnacionales de las familias venezolanas implican nuevas formas de gestionar las necesidades prácticas de cuidado en cuanto a labores reproductivas que no pueden ser suplidas desde la distancia y que ahora recaen sobre las personas mayores. La sobrecarga de responsabilidades de autocuidados es mayor de cara a no tener recursos, pero sobre todo a no tener acceso a servicios básicos, que acelera el deterioro de sus cuerpos y de los hogares. Esta condición material de la subsistencia permea incluso las capacidades de las personas mayores de compartir y colaborar mutuamente con aquellos familiares que comparten residencia en sus mismas ciudades. Es común que éstos hayan vendido sus vehículos y dependan del transporte público poco asequible y accesible, el cual se decide no usar por no estar adecuadas a los requerimientos físicos propias de la vejez, profundizando así las circunstancias de aislamiento.
Por otro lado, un factor relevante que hace crecer las ansiedades de la población mayor en el país es el estado de abandono que sufren los servicios de salud pública y el alto coste de la medicina privada. Los ingresos propios de jubilados y pensionados hacen prácticamente imposibles realizar chequeos médicos, exámenes de laboratorios rutinarios, o intervenciones quirúrgicas que puedan surgir, ya sea en centros privados como públicos, donde generalmente también se cobran por esta atención, debido a la carencia de recursos sanitarios en los centros asistenciales.
Frente este panorama, ha habido una reorganización social para sostener la vida de la migración inmóvil, entre los miembros de la diáspora Venezolana, fuera y dentro del territorio, que señala un surgimiento de iniciativas comunitarias que contribuyen al cuidado. Me refiero por ejemplo a convocatorias de ayudas económicas a través de redes sociales y plataformas especializadas en recaudar dinero, en función de afrontar gastos médicos.
Ahora bien, estos mecanismos que hacen circular cuidados transnacionalmente pueden surgir incluso en otros contextos o para diversas finalidades, como lo es el caso de los pagos de cuotas mensuales destinadas al condominio de edificios, urbanizaciones o comunidades de vecinos. La imposibilidad de recaudar estos pagos debido a las dificultades económicas especialmente de las personas mayores hace que las infraestructuras sean testigos físicos de un gran deterioro. Por ello es común encontrar comunidades, de manera coordinada o tácita; por solidaridad u obligación, donde se puede presenciar una participación económica de aquellas personas cuyos familiares están fuera y en condiciones más optimas de colaborar económicamente, que hagan pagos en busca de subvertir las deudas de quienes no pueden asumirlo. Se entiende que, si esta cooperación no ocurre, la precariedad incida directamente en las condiciones de vida colectiva.
Visibilizar lo invisible: cuidados, envejecimiento y migración inmóvil
Atender las transformaciones que tienen lugar con la ejecución de los proyectos migratorios de gran parte de la población venezolana, es relevante también, por las consecuencias que acarrean dentro del territorio nacional, sufridas por quienes permanecen. Los cambios demográficos que se derivan de estas nuevas estrategias y proyectos de vida deben ser atendidos y problematizados como una nueva forma de concebir públicamente nuestras identidades postnacionales6.
Los impactos que supone la migración inmóvil no afectan a toda la población de igual manera, resaltando así la vulnerabilidad de las personas mayores. Partiendo de la premisa, que el intento de re-organización social del cuidado tiene lugar en un contexto de precariedad tanto fuera como adentro del país, que dificulta coordinar esfuerzos, puesto que los cimientos de las instituciones que están involucradas (Estado, familia y comunidades) han sido sacudidas.
El paisaje de la migración inmóvil hace explícita la importancia que tienen los cuidados como eje fundamental del sostenimiento de la vida. En este sentido, la re-organización social, bajo el objetivo de hacer circular los cuidados, nos habla de una urgencia sobrevenida que asumen las familias y las comunidades dentro y fuera de Venezuela, para dar continuidad a las vidas de sus afectos, frente a un horizonte de contingencias y dificultades que establecen un diálogo vertical entre las personas que hacen prevalecer la vida frente a una gestión política de la crisis en Venezuela que ejerce un control sobre los cuerpos que aísla, vulnera y deja desprotegida a las personas mayores.
Manuel D’Hers Del Pozo
manuelvicente.dhers@urv.cat
Personal docente e investigador de la Universitat Rovira i Virgili (URV, España). Antropólogo de la UCV (2016), Magíster en Antropología Urbana, Migraciones e Intervención Social de la URV y doctorando en Antropología y Comunicación de la URV.
Continúa explorando con nosotros para profundizar en historias, estudios y reflexiones que capturan la complejidad de los fenómenos sociales actuales.